martes, 11 de noviembre de 2008

El sentido del humor

Siempre he pensado que el sentido del humor es la muestra más elevada de la inteligencia de una persona, por eso es la cualidad que más admiro. Creo cualquier artista, cualquier político, cualquier científico que sea inteligente —y, por lo tanto, que sea bueno como artista, como político o como científico— tiene que tener un buen sentido del humor. Ejemplos de lo anterior son el humor, un tanto pueril pero sin duda brillante, de Mozart; el humor burbujeante de Rossini; el elegante humor de Wilde; el humor amargo de Borges; el humor bonachón de Einstein (cuya misma fotografía es una ingeniosa burla de sí mismo).

Los políticos de antes, los buenos políticos de antes, eran famosos por su sentido del humor. Quizá el caso más notable sea el de Sir Winston Churchill que, si bien tomó varias decisiones cuestionables, poseía sin duda una de las mentes más brillantes de la historia contemporánea. Y esta brillantez se expresaba en un inagotable caudal de agudas paradojas, frases célebres e ingeniosísimos juegos de palabras. Una de mis citas favoritas de Churchill es la que sigue: “Me gustan los cerdos. Los perros nos miran con admiración, los gatos nos miran con desprecio, sólo los cerdos nos miran como a sus iguales.”

El sentido del humor de los políticos actuales habla, y habla muy mal, de su inteligencia. Un ejemplo reciente, ocurrido apenas la semana pasada, fue el patético chiste que quiso hacer Silvio Berlusconi cuando le preguntaron su opinión sobre la histórica victoria de Barck Obama. “¿Obama? —dijo— é giovane, bello e abbronzato.” (es joven, guapo y bronceado). Sus palabras no sólo fueron condescendientes, racistas y ofensivas; también incurrieron en el peor pecado que un chiste puede cometer: no fueron graciosas.

Y es que Berlusconi es uno de los personajes más insensibles, ignorantes y francamente estúpidos que haya gobernado Italia (y vaya que la península itálica ha tenido a lo largo de su historia a varias bestias de primer nivel en el poder). En más de una ocasión, el actual primer ministro ha tenido que pedir disculpas públicas por las bromitas políticamente incorrectas que tanto disfruta hacer, en las que se burla de las mujeres, de los homosexuales, de los inmigrantes, de los socialistas y con las que no consigue hacer reír a nadie (más que a un puñado de aduladores y lambiscones que seguramente revolotean en torno suyo y le aplauden sus gracejadas).

En este caso, el racismo implícito en sus comentarios sobre Obama no pasó desapercibido: la ex cantante, ex modelo y actual primera dama de Francia, Carla Bruni, declaró, después de oír el chistecito de Berlusconi, que se sentía feliz de ya no ser italiana (declaración totalmente justificada, que sin embargo indignó e hirió el orgullo nacional de los italianos, más o menos como cuando cierto cantante italiano declaró que las mujeres mexicanas eran “feas y bigotudas”).

No quiero analizar aquí el sentido del humor de los políticos mexicanos actuales y sus implicaciones en sus respectivos intelectos, porque, me temo, el resultado sería francamente deprimente.

2 comentarios:

Astro dijo...

Yo creo que así como los ojos son el espejo del alma, la risa es el espejo de tu humor y, por lo tanto, del intelecto. Así que siempre me he sentido mortalmente atraída hacia las risas inteligentes... sí, mortalmente.

dieztesta dijo...

El humor puede ser el agravio más irritante cuando quien lo utiliza es alguien sin el sentido estricto de la “cualidad”. Pero también el humor es impune y en nombre del humor ácido, el humor negro, el humor blanco, el humor y el humor y los humores se dicen barbaridades incuestionables porque vienen catalogadas con algún tipo de estos humores. Es decir, no sería tan categórico y subjetivo acerca de esta “cualidad”.