martes, 25 de noviembre de 2008

Disculpa pública

Yo sé que a la mayoría de los amables lectores de este blog no les entusiasma particularmente el tema de la ópera ni sienten particular interés por las entregas que versan sobre este tema. Sin embargo, a riesgo de provocar el tedio de más de uno, hoy me siento obligado a escribir, una vez más, sobre esto.

Hace poco más de un mes escribí en este blog una entrada dedicada a la ópera Edgar de Giacomo Puccini y dije que pronto se efectuaría su estreno en México por parte de la Compañía Nacional de Ópera. Y así fue. El jueves de la semana pasada se representó por primera vez en nuestro país, en la Sala Nezahualcóyotl, en versión de concierto. Yo asistí a la función, entre otras cosas, porque estaba ansioso de ver las notas que había escrito al respecto impresas en el programa de mano.

Dije también, en la referida entrega, que Edgar era una ópera francamente pobre e incluso tuve la audacia de titularla “Sobre Edgar o la mediocridad”. Y sobre eso es que quiero publicar ahora una rectificación: si bien es cierto que el libreto es embrollado y poco creíble, que la “ópera en atril” es una forma muy poco afortunada de apreciar una obra tan llena de acción como ésta, y que la interpretación de los tres solistas principales dejó mucho que desear, la música me pareció deslumbrante. Desde las primeras notas, que evocan la dulzura y la placidez de la vida en una aldea de Flandes hasta el impresionante final, cargado de dramatismo y de violencia.

Le ofrezco una disculpa, Don Giacomo.

Pero no soy yo sólo quien debería disculparse con Puccini o, mejor dicho, con su Edgar. Es el público en general. Y es que, a pesar de la popularidad del compositor, la noche del jueves, la Sala Neza estaba lastimosamente vacía. (Debo decir que entre los pocos asistentes se encontraba el actor John Malkovich, a quien no puede evitar pedirle una autógrafo). Desde el punto de vista de la taquilla, su estreno en México fue un fracaso rotundo, como lo fueran, hace poco más de un siglo los estrenos en Milán, en Ferrara, en Madrid y en Buenos Aires.

Sospecho que, en este caso, el desaire del público mexicano se debió a circunstancias completamente ajenas a Edgar: esa misma noche se estrenó en el Teatro Iris una ópera sobre Santa Anna con libreto de Carlos Fuentes y en el Auditorio Nacional se montó una superproducción internacional de la siempre taquillera Carmina Burana. Se diría que la ópera tiene una maldición, una jettatura, como dirían los italianos, que son expertos en ópera y en supersticiones. Seguramente, en sus representaciones anteriores, también hubo elementos, independientes a la calidad de la obra, que provocaron su fracaso (algún otro evento cultural o social que atrajera más al público o el sabotaje deliberado por parte de enemigos del compositor, del teatro o de los cantantes).

El caso es que, a pesar de la excelente factura de la partitura, de la imponente orquestación, de las conmovedoras melodías, el pobre Edgar siempre ha sido un fracaso. Y me temo que, a los ciento veinte años, ya no tiene grandes posibilidades de recuperarse.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Luis, a mí me gusta leer tus reflexiones sobre la ópera, no te apures. Y, debo agregar, me encantó ésta en especial.