lunes, 10 de noviembre de 2008

Cartas de amor

El gran poeta portugués Fernando Pessoa escribió que “todas las cartas de amor, si hay amor, tienen que ser ridículas”. Y tenía toda la razón. Pero también escribió, en ese mismo poema que “al fin y al cabo, sólo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor sí que son ridículas.”

La mayoría de las personas que conozco, yo incluido, guardamos las cartas, igual que los e-mails de amor, con una devoción cercana al fanatismo. Las conservamos como quien guarda un diploma o un título universitario, como si pudiéramos anexarlas a nuestro curriculum vitae y así demostrar, a quien se atreva a ponerlo en duda, que alguien alguna vez, a pesar de nuestros defectos y debilidades, nos quiso. Y nos quiso mucho. Al punto de estar dispuesto —por nosotros— a quedar como verdadero idiota. Por eso, entre más cursi y ridícula sea una carta de amor, mayor es su valor curricular.

Y si el autor de la carta en cuestión ha dejado de querernos, estas constancias escritas del amor que alguna vez sintió por nosotros se vuelven todavía más valiosas: demuestran fehacientemente que, si salimos lastimados, no fue culpa nuestra: ellos nos dijeron que nos amaban con locura, ellos los que juraron que nunca nos harían daño, ellos los que prometieron que nos querrían toda la vida. Nosotros fuimos sólo víctimas inocentes. Y ahí están las cartas para demostrarlo.

No es necesario releerlas muy seguido: nos basta saber que están ahí, esperándonos en el fondo del cajón, tan tiernas y románticas como el día en que fueron escritas.

Por eso, en general, quienes tienen el valor (o la necesidad) de deshacerse de las cartas de amor que han recibido, no las tiran sencillamente al bote de basura, sino que las queman en una hoguera casi sagrada: saben que están sacrificando una parte de sí mismos, como quien se arranca su propio corazón para ofrecérselo a un dios sanguinario.

Y es que, al parecer, el amor que sentimos en el pasado puede conservarse en la memoria del corazón. Pero para preservar—al menos en parte— el amor que otros han sentido por nosotros, es necesario contar con evidencia escrita. Por eso coleccionamos desde la notita infantil escrita en una hoja de cuaderno, hasta las complejas epístolas con elevadas pretensiones filosóficas o literarias. Puede que, como dijo Pessoa, sean ridículas las criaturas que nunca han escrito una carta de amor. Pero a juzgar por la forma en que atesoramos estos breves tesoros de papel y tinta, lo verdaderamente patético, lo que de verdad nos da miedo, es llegar a convertirnos en criaturas que nunca han recibido una carta de amor.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encantó y me sentí plenamente aludido. ¿Acaso dejarás de exponerme de esta manera algún día?. Ya sé lo que estás pensando: "God, the ego!!"

Anónimo dijo...

Pues sí, las cartas de 'verdadero amor' deben de ser ridículas y atemporales ('pero si apenas pasaron 10 años de que me escribió estas cosas, cómo puede ser que ya no me quiera????!!!!'... ja.) Como diría tu O.W, 'all bad poetry is sincere'. ... tu g.

Atzimba dijo...

Este post me ¡encantó! Yo he escrito cartas de amor, muchas. Y he recibido también (no tantas). Así que soy ridícula por doquiera que se le vea y a mucha honra.

Astro dijo...

He escrito muchas más cartas de amor que las que he recibido, pero eso no me hace patética, sólo prolífica.