miércoles, 24 de septiembre de 2008

Nomenclatura

Dedico esta entrada a mi admiradísimo Pedro Almodóvar, que hoy cumple cincuenta y siete años.
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La torpeza de nuestras relaciones sentimentales se revela despiadadamente en el lenguaje que utilizamos. No hay prueba más clara del calamitoso estado de nuestros afectos que esas ridículas paráfrasis con las que nos referimos al otro o a la otra, al objeto de nuestros ensueños momentáneos. La gente tradicional y heterosexual lo tiene claro: están casados por la Iglesia, son marido y mujer y la precisión de las palabras refleja un vínculo preciso, nos guste o no el contenido. Pero nosotros, los gays, los culposos y modernos, los confusos y perdidos, nos hacemos la lengua un nudo intentando inventar nuevos conceptos y el corazón un garabato ensayando nuevas maneras de quererse.
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Y así andamos, haciendo el más colosal de los ridículos. Referirse al ser amado como mi compañero y mi compañera no funciona: tiene un regusto a militancia setentera, a pretencioso. Qué decir de la ñoñez de mi novio (que, después de los veinte años, siempre suena ridículo), de la excesiva intrepidez de mi amante, de la vulgaridad de mi vieja o mi wey. Utilizar mi niño, mi bebé, o peor aún mi chico es de una cursilería rayana en el guateque. Decir mi pareja recuerda demasiado a la forma en que los polícías de tránsito que comparten una patrulla se hablan el uno al otro (atento, pareja, tenemos un trece veintisiete) Condenados como estamos a la perplejidad semántica, en nuestra desesperación echamos mano de los recursos más triviales y disparatados como el que te conté, el interfecto o la dueña de mis quincenas, que es un chiste malo y machista, propio de un burócrata de cuarta. O, en el colmo de la ineptitud, usamos frases larguísmas del tipo de el chavo ése con el que estoy enrollada o la muchacha con la que estoy viviendo, lo cual es un verdadero desperdicio de tiempo y de saliva (como si la saliva no sirviera para cosas más importantes).
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No sé si en otros idiomas han encontrado soluciones más honrosas a este problema, pero no me imagino a Jean-Paul Sartre refiriéndeose a Simone de Beauvoir como ma fiancée, ni mucho menos ma petite amie. Creo que los ingleses, siempre tan sensatos, han optado por la fórmula, nada comprometedora, de my significant other.
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Nombrar es una manera de poseer. Al nombrar el mundo nos adueñamos de él y lo ordenamos en la medida de lo posible, que es poco. Es decir que estamos jodidos. Si no sabemos nombrar al otro es que tampoco sabemos estar. Padecemos una vaguedad sustancial y sustantiva: desconocemos el contenido que pretendemos del otro y hemos olvidado por dónde pasa la frintera de nuestrios propios límites. O sea, un caos. Pero no hay que desesperarse. La Real Academia ha tardado toda su existencia en admitir una palabra como coño, que es tan sencillita y desciptiva. Bien podemos nosotros emplear nuestra vida en inventar una nomenclatura sentimental y nuevas costumbres afectivas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Tienes toda la razón, pero ¿qué hacer? Deberíamos vivir en Perú donde los denominan, sean gays o heterosetsuales, el enamorado o la enamorada.
Por otro lado, debemos admitir que somos tan ridiculos y valientes al mismo tiempo (desafiamos la burla pública) que aunque existieran sustantivos adecuados, no dejaríamos de nombrar a aquellas personas dueñas de nuestro afecto con baratijas tipo Chiquitin Especial, Bola de Calor o Zoquetita que tanto nos encanta! Un beso a mi Bola!!
Nilbi (eres un exito Guille)

Roberto dijo...

Sin duda se trata de un tema riquísimo y sumamente polémico, sobre cuando a ese alguien no le cuadra la forma como te refieres a él. Personalmente suelo inclinarme por lo cursi: “mi novio” o “mi chico”; o lo vulgar: “mi güey” (Luis, te ruego considerar esta grafía, en lugar de “wey”, tan extranjerizante). Coincido plenamente en censurar lo de “pareja” que, además de los policías, a mi me parece propio de los mamíferos en general, pero no de personas. Coincido también en que posiblemente la solución más afortunada sea la de los sajones, no así la de los peruanos... No se, me suena que eso de “enamorado” sería algo que podría decir alguien como Candy-Candy para referirse al apuesto Anthony (tal vez la doblaban en Perú). Bueno, sólo me resta felicitar a Luis por este prometedor espacio virtual.

Luis dijo...

Agradezco su lectura y sus comentarios. A mí sí me late la alternativa peruana propuesta por Nilbi, precisamente por su alto nivel de cursilería. De hecho, de ahora en adelante me referiré al Duque como "mi enamorado".

También prometo, en adelante, escribir "güey" con la grafía, más castiza, sugerida por Roberto.